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Que están en la tierra para hacer felices a los niños: ellos parecen personas comunes y corrientes, con vidas como la de cualquiera y un aspecto nada fuera de lo común, pero si te asomas a su mirada verás un mundo de mimos, de sonrisas compartidas, de idas a la plaza, de secretos cómplices. Sus manos gastadas albergan barquitos de papel, tortas caseras, collares de fideos pintados, vestiditos de muñecas y un puñado grande de golosinas, (además claro está) de ser expertas en caricias. Sus rostros arrugados, reflejan ternura, paciencia, templanza y la infinita sabiduría de los años vividos, que para los niños son fundamental enseñanza. Sus corazones laten al ritmo de canciones de cuna, de suaves gorjeos y de cuentos contados mil veces. Sus piernas cansadas nunca lo están tanto como para no poder tirarse en el piso a jugar "a los autitos" o "a tomar el té.Pero sin duda es en su alma donde está guardada su esencia, un amor inagotable, incondicional, completo, el motor de todas sus actividades, el motivo supremo de su existencia.
Esos ángeles sin alas que alguna vez guiaron nuestros pasos inseguros, que nos formaron como personas y nos enseñaron a ser padres, esos ángeles sin alas que hoy velan por nuestros hijos, son los Abuelos, el regalo más maravilloso que Dios le hizo a los niños.
Gracias a todos los abuelos que cada día enriquecen la vida de nuestros hijos, y que nos transmiten con amor sus experiencias para que nuestro "trabajo" de padres sea más simple y placentero.
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